4to
año
LEEMOS
24 de marzo:
día de la memoria por la verdad y la justicia
La
planta de Bartolo
El buen Bartolo sembró un
día un cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando
menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos
colores.
Pronto la plantita
comenzó a dar cuadernos. Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a
los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer
sumas y restas y dibujitos.
Bartolo palmoteó siete
veces de contento y dijo:
—Ahora, ¡todos los chicos
tendrán cuadernos!
¡Pobrecitos los chicos
del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de
alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les
decían:
— ¡Ya terminaste otro
cuaderno! ¡Con lo que valen!
Y los pobres chicos no
sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle
y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:
— ¡Chicos!, ¡tengo
cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga
a ver mi planta de cuadernos!
Una bandada de parloteos
y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos
salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.
Y así pasó que cada vez
que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con
muchísimo gusto.
Pero, una piedra muy dura
vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de
Cuadernos se enojó como no sé qué.
Un día, fumando su largo
cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta
con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!
—Bartolo —le dijo con
falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te
daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.
—No —dijo Bartolo
mientras comía un rico pedacito de pan
— ¿No? Te daré entonces
una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.
—No.
—Un circo con seis
payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
—No.
—Una ciudad llena de
caramelos con la luna de naranja.
—No.
— ¿Qué querés entonces
por tu planta de cuadernos?
—Nada. No la vendo
— ¿Por qué sos así
conmigo?
—Porque los cuadernos no
son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.
—Te nombraré Gran Vendedor
de Lápices y serás tan rico como yo.
—No.
—Pues entonces —rugió con
su gran boca negra de horno—, ¡te quitaré la planta de cuadernos! —y se fue
echando humo como la locomotora.
Al rato volvió con los
soldaditos azules de la policía.
— ¡Sáquenle la planta de
cuadernos!
—ordenó.
Los soldaditos azules
iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y
también llegaron los pajaritos y los conejitos.
Todos rodearon con
grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron “arroz con leche”, mientras
los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los
pantalones.
Tanto y tanto se rieron
los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un
loco, que tuvieron que sentarse a descansar.
— ¡Buen negocio en otra
parte!
—gritó Bartolo secándose
los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la
carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no
trabajan.
Después de la lectura, podés
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1.
¿Qué cuenta La
planta de Bartolo? ¿Cómo es Bartolo?
2.
¿Qué pensás de lo que
hace con su planta?
3.
¿A quién o a quiénes
podría molestarle esta historia? ¿Por qué?
4.
¿Qué puedes decir
sobre cómo termina el cuento?