5toA. Prácticas del Lenguaje. Señorita Graciela.

Área: Prácticas del Lenguaje.
Tema: Clases de palabras: sustantivos, adjetivos, verbos.


¡Hola chicos! ¿Cómo están?
Hoy vamos a continuar trabajando con el cuento"Cuando fallan los espejos" de Elsa Bornemann.

¡A trabajar!
 Primer momento:van a realizar la relectura del cuento.
Copien en la carpeta.
- Segundo momento: van a buscar en el diccionario el significado de las palabras del cuento que   desconozcan.

- Tercer momento: nos centramos en los protagonistas de la historia: la nena y tío Gustavo, ¿cómo   describen a cada uno? Determinen las características de estos personajes.
 Nombren al menos cinco acciones que realicen  la nena y el tío.

-Cuarto momento: Sobre la autora:
 Elsa Bornemann fue una escritora argentina, sus obras destinadas a los niños, los jóvenes y también   a los adultos.Busquen la biografía de la autora para ampliar la información.

Cuando fallan los espejos.


Tío Gustavo me tiró de las trenzas y luego me hizo girar a su alrededor sosteniéndome de un brazo y de una pierna. Ese es el modo de demostrarme su cariño cuando pasamos varios días sin vernos. Como aquella tarde en que volví de mis vacaciones, por ejemplo.

—¡Nena! ¡Por fin de regreso! —me dijo contento—. Tengo un gran problema con mis dos espejos…Espero que me ayudes a solucionarlo…

Sin darme tiempo para deshacer mi equipaje, me condujo hasta su habitación.

—¿Qué le pasa a tus espejos, Tío?

—Están descompuestos… —aseguró preocupado—. Uno atrasa y el otro adelanta.

—¿Cómo los relojes?

—Justamente. Aunque ningún relojero ha podido repararlos… Ya verás… Mirémonos en ese… —y conmigo de su mano, mi tío caminó hasta que enfrentamos uno de los dos grandes espejos ubicados sobre las paredes de su cuarto.

—¡Este… es el que atrasa! —grité maravillada al descubrir la imagen de una bebita con chupete aferrada a la mano de un muchacho de pelo claro y abundante. ¡Mi tío Gustavo y yo reflejados tal cual éramos varios años antes!

—¿Y ese árbol florecido? —pregunté aún más sorprendida, señalando un macizo roble que se reflejaba a nuestras espaldas.

Mientras abría las ventanas para que las ramas pudieran estirarse cómodamente hacia la calle, mi tío me explicó:

—La mesa y las sillas, nena. Antes de ser muebles fueron ese árbol que ahora vemos en el espejo.

—…¡Que atrasa! —alcancé a agregar antes de que dos ovejitas triscaran mimosas en torno a mí.

—¡Ah, no! ¿Y estas ovejas? —gimió mi tío.

Rápidamente ubiqué el lugar del que habían salido:

—¡La alfombra de lana! ¡La alfombra! —y durante un rato jugué con ellas.

De pronto, una gallina negra aterrizó sobre mi cabeza, cacareando inquieta.

—¡El plumero! —exclamó mi tío desesperado—. ¡Voy a guardarlo! ¡Y la alfombra también! ¡Y la mesa! ¡Y las sillas! ¡Mi habitación se está convirtiendo en una granja! ¿Te das cuenta cuántas complicaciones me trae este espejo que atrasa?

Muy alterado, intentaba colocar la mesa dentro del ropero cuando yo tomé una sábana y cubrí el espejo cuidadosamente. En ese instante, mi tío respiró aliviado.

—No sé qué haría sin esta sobrina tan inteligente… —y llevándome a babuchas, abandonó su habitación hasta el día siguiente.

¡No podía soportar esa tarde la emoción de reflejarse también en el otro espejo descompuesto! Pero yo sí. Por eso, no bien se dispuso a dormir su siesta en la reposera del jardín, volví de puntillas a su habitación. ¡Tenía tanta curiosidad por mirarme en el espejo que adelantaba!

Y bien. Me miré. ¡Qué susto! ¡Yo era una viejecita, de pie en medio de una plaza! ¡Vaya si adelantaba ese espejo!

Salí corriendo del cuarto y —casi sin aliento— me arrojé en los brazos de mi tío. Se despertó sobresaltado.

—¡Tío! ¡Tío! ¡Debes mudarte! ¡En… en el sitio que ocupa esta casa van… van a construir una plaza! ¡Y yo…yo soy muy viejita... y llevo rodete… y…!

—Eres apenas una niña así de alta… —dijo él, rozando el aire con su mano izquierda—. Y una niña desobediente además, que fue a mirarse en el espejo que adelanta aprovechando mi sueño… salgamos a dar una vuelta…

Al día siguiente, cuando entré a su habitación, ansiosa por reflejarme nuevamente en sus averiados espejos, los encontré totalmente compuestos. ¡En cada uno de ellos podía verme tal cual soy!

—Ese ya no atrasa… y aquel no adelanta más —comentó mi tío—. Anoche descubrí la causa de las fallas y los arreglé yo mismo.

—¿Cómo? ¿Cómo?

—Al que atrasaba le di cuerda.

—¿Y al que adelantaba cómo lo reparaste?

—Ah… Es un secreto, nena —y guiñándome un ojo, se dirigió conmigo hacia el comedor para tomar el desayuno.


Elsa Bornemann